Por Manuel Yóplac Acosta
Carta 798
(20/10/2020)
La ética política peruana, no solo está aún en pañales, sino que está en pañales sucios, pues, cada vez, se evidencia que la reflexión de los actores políticos sobre la práctica política es casi nula -y si la hay- esa reflexión está generalmente carente de una mirada colectiva.
El último domingo, el programa “Panorama” emitió un informe periodístico en que vincula directamente al presidente Vizcarra con supuestos actos de corrupción cuando éste ejerció los cargos de presidente regional y de ministro. Vizcarra, lejos de aclarar objetivamente al país sobre esta denuncia pública -lo que significaría un mínimo de respeto a la ciudadanía- a salido a culpar y acusar a los demás.
Recordemos también, que hace menos de un mes, el Congreso con su voto mayoritario “por la gobernabilidad”, evitó la vacancia de Vizcarra, acusado esa vez por incapacidad moral por haber mentido al país en otro caso aún no resuelto judicialmente. Este “perdón” entre políticos, abrió las puertas de par en par para que los políticos sigan mintiendo; y, por tanto, oficializar y naturalizar la mentira, llevándonos a la encrucijada de preguntamos ahora ¿quién puede juzgar a quién? y ¿en quién se puede confiar?
Es sabido que el verdadero poder casi siempre está encubierto, y es por eso que la gente no confía en los políticos, y es también por eso que la política no se fundamenta realmente en la democracia (gobierno del pueblo) sino en el poder que lo otorga la democracia (fuerzas policiales, militares, etc.)
En consecuencia, encubrir la verdad, desde la perspectiva ética, es más dañina que cualquier pandemia, ya que, no hay nada más valioso para la vida que la defensa de la verdad, puesto que de la verdad nace la esperanza -y es la verdad- puede conducirnos a la libertad, la justicia y el bien común. Mientras tanto; ¿los políticos siguen con licencia para mentir?