Marco Antonio Borda Lizarbe, estudiante del cuarto año de la carrera de Biología de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, conoció el rostro de la anemia una mañana de setiembre de 2018. Estaba en las ventosas alturas de Chula, en Huanta, Ayacucho, en un viaje de reconocimiento de suelos, uno de los muchos que organiza su facultad por el biodiverso y prodigioso Perú.
“Encontré un pueblito de puros niños, que hablaban quechua”, cuenta y recuerda que le pidió a una compañera que estaba con él y entendía esa lengua que les preguntara por qué estaban solos. “Sus padres se iban al campo a trabajar y ellos se quedaban en sus casas”, supo aquel día el talento, mientras advertía perplejo la palidez de su piel y heridas en las mejillas de los chiquitines. “Había llevado mi botiquín y los empecé a curar”, dice.
Lo que él no sabía era que a pocos metros del pueblito encontraría una solución para la anemia, otro mal que afectaba silenciosamente a los niños de Chula, tanto como lo hace con el 40,1 % de niñas y niños de 6 a 35 meses de edad en el Perú, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar 2019.
“Seguimos caminando y encontramos en la Laguna de Razuillca una cianobacteria o alga color verde pardo, que crece en las orillas de los lagos en los Andes”, narra. El talento se refiere a la cianobacteria Nostoc sphaericum, más conocida como Lullucha, Murmunta o uvas de río por la población altoandina, que la “cosecha” durante los meses de lluvia y usa como ingrediente en sopas.
“El Nostoc tiene un alto contenido de hierro, pero una pared celular muy gruesa, por lo que el hierro no está disponible”, explica el futuro biólogo, ganador de la Beca Permanencia del Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo (Pronabec) del Ministerio de Educación. Él precisa que –según ha investigado – mientras en 100 miligramos de carne hay 10 miligramos de hierro (Fe), en 100 miligramos de Nostoc hay 83 miligramos de fe.
Esa evidencia y su potencial ha mantenido vivo el entusiasmo de Marco Antonio por conocer más sobre las que él llama “uvas de hierro de los Andes”. En efecto, desde hace dos años está enfocado en desarrollar un protocolo para criar las cianobacterias en su ambiente natural junto a su compañero, futuro biólogo y mejor amigo Ervin Rofield Ramírez Palacios. “En Puno, según he leído en artículos publicados sobre el mismo género de cianobacterias en revistas científicas en internet, crecen del tamaño de una naranja y hasta un melón”, describe.
“Queremos investigar con una visión de futuro. Va a llegar un momento en que el suelo no va a producir por estar contaminado y la gente va a depender de la alimentación de microorganismos como las algas o cianobacterias, como el Nostoc”, analiza el joven de 24 años.
Así fue como el año pasado contactó a la Universidad de Sopron, en Hungría, especializada en temas de conservación y protección de bosques, para presentarles su investigación sobre propagación de alimentos microbianos con el objetivo de ir a estudiar a dicha casa de estudios al respecto.
Con apoyo de su universidad y algunos ahorros propios, compró el pasaje y en febrero pasado se marchó a la ciudad ubicada cerca de la frontera austríaca. Su intención era compartir laboratorio con los biólogos húngaros, pero la pandemia por el Covid-19 apenas lo dejó tomar dos semanas de clases, ya que la universidad cerró. “Me quedé varado por 6 meses en Sopron. Volví al Perú el 3 de julio”, cuenta. En el interín, Marco Antonio aprovechó sus conocimientos en manejo integrado de plagas para trabajar en plantaciones de uva.
La pandemia por el Covid-19 retrasó asimismo la implementación de la crianza de Nostoc prevista para el 2020, pero no la detuvo. Junto a Ervin han diseñado un plan de triple impacto bajo el nombre “Proyecto Sachay” para darle viabilidad económica a la investigación.
Empezaron en el 2019, enseñando a estudiantes de tercero, cuarto y quinto de secundaria a injertar y propagar rosales y cactus en cuatro colegios de Huamanga. Según cuenta, lograron transferir dicho conocimiento a unos 250 escolares, cobrando una comisión por dichos talleres, al tiempo que los jóvenes se hacían de herramientas para emprender su propio bionegocio.
El próximo año prevén construir un invernadero en el campus de su universidad para dar trabajo a sus compañeros de bajos recursos. “Se tiene que acabar lo que hemos empezado. Ya habíamos diseñado los viveros con la ayuda de arquitectos”, dice, con el ímpetu de quien está convencido que los sueños se hacen realidad si se toman decisiones oportunas.
Como cuando frustrado por no poder costear sus estudios universitarios en Lima, de donde es oriundo, aceptó la invitación de su abuelita para irse a Huamanga y pasó el examen de admisión de la carrera que más le gustaba en una universidad nacional de provincia; o como cuando decidió postular a Beca Permanencia; o como cuando asombrado ante las uvas de hierro de los Andes decidió investigarlas y luchar contra la anemia en el Perú para que más niños tengan un futuro digno.