Hacia una ética cívica

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Cartas a mi pueblo

Por.- Manuel Yóplac Acosta

Carta 801

(11/11/2020)

Con la destitución de Vizcarra, y su inminente proceso de investigación-condena, son seis los últimos presidentes consecutivos del Perú que están muertos, condenados, procesados o huidos por actos de corrupción:  Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra son evidencias que en los últimos 30 años el Perú vive una profunda crisis moral política. Que, en los últimos años, el Congreso haya sido disuelto, reabierto, cerrado, revivido y que ahora un Congreso transitorio con 58 congresistas investigados haya vacado a un presidente, significa que nuestra llamada democracia es tan frágil como la vida humana en pandemia. Que el “hermanito”, máximo representante del sistema de justicia se halle prófugo también reñidos por actos inmorales, significa en suma que “el Perú es un organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota el pus» viejo dicho con que Manuel González Prada dibujaba a la vida política del siglo pasado y del Estado en proceso de putrefacción.

¿Qué nos queda a la ciudadanía ante este panorama? Quizá muchos caminos, uno de ellos: la ética cívica. Sabemos que la corrupción es solo un lado visible del gobierno o función pública, pero están también: privilegios, impunidad, autoritarismo, nepotismo, influencia, etc., es decir, los que gobiernan o administran los bienes públicos, se autodenominan “clase política” y con ello asumen una condición de “ciudadanos de primera clase” y los demás “simples ciudadanos”, perdiéndose de este modo el sentido del servicio público concebido inicialmente desde la política.

En este contexto, la ética cívica se presenta “como un momento reflexivo, crítico y dialógico” (Polo, 2020) entre las voces del Perú diverso que permitiría crear un marco de convivencia común. Repensar la función pública desde la ciudadanía para democratizar la democracia. Necesitamos una nueva mirada plural pero integral de la política, cuantos más defendamos al bien común desde la libertad, y cuantos menos persigamos el individualismo desde el egocentrismo; mejor serán las señales de cambio hacia la valorización de un buen vivir. Vencer la corrupción y los males de la política, pasa necesariamente, por repensarnos como individuos en marco de una convivencia social con justicia o ¿seguiremos dejando que nos gobiernen los corruptos?

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